Las ondas, desde muy lejos, vendrán.
Llegarán como las musas de siempre
a acariciarnos con sus gasas
los girones de la vida rutinaria.
Con su iridiscencia noctámbula dirán
una oración para habitar la noche;
y a los guerreros enardecerán,
deseosos de combatir la muerte,
con el augurio de la muerte misma en el pecho.
Podríamos partir, sí.
Es una cuestión de adelantarnos
al Padre Tiempo,
y sacar a bailar
a las doncellas de un espumoso mar
que ahoga la línea índigo del horizonte.
Mientras, otra vida se nos promete.
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