Caudal de oro que me arrebata el tiempo,
vorágine de firmamento en mi pecho,
hombre de mercurio, en mí extendido pensamiento:
En el extravío de mi propia primavera
yo te invento, te borro, te invoco y te recreo
como un dios discreto
que baila y recita para mí
todos los rayos versificados del sol en el universal espejo.
Y en tu voz me perderé
si tu voz no repara en mi deseo.
Tener tus plantas en el mismo suelo
donde yace y mira bullir la sangre, llamándote muy lejos.
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