domingo, 27 de marzo de 2011

Latir monocorde

Decimonónico arbitrio del corazón,
en la tarde te vi luchando contra ti mismo
y me diste pena.

La tarde es así, un durazno a medio ámbar;
la edad es una bicicleta olvidada por ahí
y esta consciencia de no ser lo que se debe
es un vestido ceñido a la piel, transparente.

Pero tú no dejas de latir.

Decimonónico latir monocorde,
algún día me sentaré a explicarte
por qué es mejor ocultarse y crear
que esperar una llama paralela, siempre viva,
única.

No será en esta ocasión.
Estoy cansada.

De cansarte a ti con mis indolencias;
de mortificarme por tus exabruptos.
La lluvia y la miel, las flores y sus estambres
no son para una cara a cuatro ojos.
Son mis manos las que así lo entienden
y así lo escriben.

Flamígero girón del corazón,
suéltame esta noche.

Yo te juro que a cambio cantaré
todo el conocimiento silenciado del mundo.
El mismo que de chiquita sentí
y me ha dado la única piel
más leal de todas las que he vivido.

1 comentario:

Javier F. Noya dijo...

sostener el devenir, qué duro. Encontrar esa verdad esencial, fijada en la niñez, qué alivio. Saberse conocedor/a, qué bendición.
PD: has escrito mucho, lamento no haber podido seguirlo; son cosas del tiempo, las urgencias y esos tópicos. Besos.