Ayer, transitando por el plomo de la tarde,
busqué la manera de escuchar
tu canción de plata sobre mi espalda.
Abrí la habitación del pensamiento,
en una idea repetida me senté.
Necesitaba reconstruir
el instrumento cósmico capaz de reproducirla
-al fin entendí.
...No hay más material divino
en la faz de la casa de la humanidad.
Me fui al rincón de los rituales.
Encontré a ojos aoristos
en la ubicua costumbre de ofrendarse.
Y te di, ajena de mí, el silencio de lo que me aturde.
Lo creía muy pesado y grande.
Al entrar a tu oído se volvió terrestre, pequeño e imperceptible
junto a las sinfonías mudas que danzan
las palabras creadas por ti,
todas de dimensiones justas y perfectas.
Casa de luz,
cántico lugar de voces argénteas,
quise darte otra cosa.
Me despojé de mis cantos,
tan inmensos como la soledad
de un día sin vecinos buenos.
Todos ellos fueron tuyos a mi instante.
Yo los pegué en tu piel de marfil etéreo;
con lágrimas y risas fijé sus notas
de un arte menor.
Pero al sentir tus muros con mis dedos,
supe que aquéllos en ti ya existían:
se crearon desde la nada que dio origen a la palabra antes
en tiempos de un mar remoto, ígneo y nuclear.
En la luminosidad de tu piel comprendí
que no puedo dar lo que heredé de nacencia.
Desprovista del silencio y el canto,
recurrí a todas las cosas que he visto y probado.
Te devolví todo cuanto sabía:
los limitados números,
las dimensiones achatadas de mis espacios,
los colores de cajita de mi universo pequeño,
las historias de mis otros nombres,
y las leyes falibles de corazones y mentes torpes.
Y me enteré en el momento que conocía tan poco
que no sabía que no lo precisabas más de regreso,
Casa de luz,
tú muerdes al azul desamparando al cielo.
Tomé mi nombre y mi ego.
Verdaderamente ya no me servían
si no podía sentir tu caricia en mi cara.
Pero al llegar a las puertas de tu puerta
sus signos cayeron
como el sonido de un tren frenando en óxido.
Me quedé desnuda de regalos.
Entonces, decidí darte mi amor
o aquello que yo sentía cuando vivía
y era tan grande que me hacía grande
y me hacía sentir y creer
que yo podía ser la mujer más fuerte del mundo,
la valiosa, la centelleante,
la elegida por tu mesa para comer de tus manjares.
Te doy mi amor en medio de tu abandono.
Y es tan grande mi amor como la confusión de sus letras
que verdaderamente tampoco te sirve.
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