El insomnio, aquí, sólo sirve
para dar muescas de filminas
apostando estos diez dedos
-de los cuales sólo la mitad marchan: los otros
duermen bajo el aroma del femenino nocturno-
a rodar por esa escalera
infinita, intangible...
Regalo de dioses discretos
que fue envuelto
en mis cabellos disueltos en la plata de un junio llorón.
El insomnio, de este lado, es útil
para formar edificios de cristal azul
y luego derrumbarlos con la risa de las dos de la mañana
que construyes sin proponértelo muy en serio
El insomnio me seduce por hacerme creer
que soy la cursi y rosada princesa encantada
por un cuento especialmente no ficticio y gris.
El insomnio, vaya, me gusta y lo busco
para sobrevolar todo el tiempo de agua anegada
que ya no va a regresar
y espero no vuelva
porque en serio que me está gustando de veras
los negativos de mi postura serena,
atenta de la hora que me regala tu anunciación.
Este insomnio que ves
(tan loco
tan fútil
tan como salido de mí)
me devuelve a la otra
que se dejó vencer un día ordinario de luz incaindecente
y camina fodonga por las tardes de plaza de pueblo chico.
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