El champagne de este páramo es un castillo subterráneo con su puerta ancha bajo las suelas. Alto, manso, casi orfebre, me unge con la delicadeza de su madre su polvo dorado en las piernas.
En este lugar de la media tarde, el tiempo siempre se vuelve uno solo y no da paso ni transige tregua.
Será que cantan las voces de todos los niños cactus que están por abrir los ojos por primera vez.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario