miércoles, 14 de julio de 2010

Ruda y dulce

Soy bipolar al estilo de las neuróticas de la época de oro del cine:
ruda y dulce;
majestuosa y ordinaria;
pretenciosa y espontánea;
intelectual y simplona;
irredenta y reduccionista;
única y comparable.

Estás muy equivocado, lector mío,
tú, para quien va dirigida esta poética farsa,
si piensas que lo has descubierto todo
al creer que tienes entre tus dedos
un ejemplar de mi nada:

El día que quieras, a la hora que puedas,
te invito a entrar de verdad
en lo insondable de la música con la que he nacido
a deslizar tu dedo índice
entre las fisuras de mi pasado amargo y triste
a poner la paja de tu ojo
en la gravedad del presente que me aflige
y no te lo comparto
por ser estúpida y bondadosa
por servir de manto en tus noches heladas;

Te invito a dejar de juzgarme todo lo que no fui
para besar todo lo que sigo siendo.

Porque es cierto que el tiempo es sólo uno
y no espero asirme de nadie para llegar a mi muerte por vieja
salvo un buen gesto
de alguien más que está aquí y que igual también pasa;
porque estoy cansada de hacer las cosas mal
y recibir lo peor en paga;
porque en verdad, chiquillo mío,
de mí no conoces nada.

Tal vez y de ese modo
podrías comprender
a la sinfónica que te espera radiantemente opaca
noche tras noche
desde esta jaula.

Sí.

Soy bipolar al estilo de las neuróticas de la época de oro del cine:
ruda y dulce;
majestuosa y ordinaria;
pretenciosa y espontánea;
intelectual y simplona;
irredenta y reduccionista;
única y comparable...

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