domingo, 25 de julio de 2010

Crónicas

I.

A impares horas te vistes de vértigo y estrellas
llamas a una estalagmita
para sufrir el mediterráneo transversal del espejo.

Lames los bajo treinta
palpables en el atrio de tu sonrisa gitana.
Otra lengua más
saldrá de tu carne para borrar la lluvia.


II.

Te peinarás con un rehilete de aroma a uva pasada;
más que tomar aire eres aire:
flotas y resurges
ríes, maldices y tal vez lloras.

Un libro multiplicado retumbará
en el eco de tu nido tras haber gastado
el filo de la media noche.


III.

En horas pares la música congelando el tiempo.
Probablemente el mundo haya perecido otro día más
pero tú sometes la gravedad de los días interminables.

Haces alquimia volando tapires en tu ventana.
La luna quizá se desnude para ser devorada
por tus fauces tiernas.


IV.

La ciudad. Digámosle con otro nombre del ayer
exótico o impronunciable, dramático o insaciable,
todos son el caos.

Aquel claxon también te pertenece. Todo es tuyo.
El cordón umbilical de cualquier estrella de neón.
Tu ventana es el escaparate de las riquezas heredadas
el año que llegaste.


V.

Gritarías fuerte, oh narrador de la trayectoria de los mares humanos.
No hay necesidad de ello.
Nadie escucha.
Nadie son los otros por los que existimos en letras.

Y el viento no lleva el chasquido de tus neuronas enfermas de coraje
-impregnadas quizá de buenos deseos-.
Tampoco te hostiliza:
tú no lo tomas en cuenta.


VI.

No hay necesidad en ello, he dicho.
Tampoco la necesidad de una ella:
puedes pasar y repasar sobre cualquier epidermis
translúcida o morena
de memoria frágil, táctil, como nieve cortada a contraluz;
contarle los cabellos,
pintarle en los pezones y el ombligo
historias falsas y sin cierre para que jamás nadie las pise.

Todo lo menor es un tubérculo nocturno.
Son flores de un tiempo magnificado lo que te cimbra.
Creo sentir reminiscencias de yuca
arrastradas de alguna otra vida.


VII.

A impares horas me visto de vértigo y estrellas
me quema tu estalagmita
perezco en el mediterráneo transversal de tu espejo.

Lamo los lejos treinta
no palpables en mis ojos de extraterrestre.
Otra lengua más
podría estallarme del vientre y albergarte un saludo de amor tierno
a cualquier hora del mundo.