Yo solía ser buena.
Ponía mis dedos cada noche
en el vaso de cristal -que de nadie nunca fue
porque eran de vidrio macizo-
en aquel ungüento de eucalipto y miel-
como si cualquier flor de enredadera olvidada
con ganas de vencer las dicotomías del lenguaje absurdo
(esa plétora que agobia la espalda
con sus axiomas falsos)
con tan solo pedirlo a una piedra azul,
bastara.
Buena para rezongar.
Buena para brillar por mi ausencia en las típicas fiestas.
Buena para no olvidar una fecha
-aunque no salgan a la luz-.
Buena para luchar un maíz
que nunca ha sido mío.
Buena para hacer cualquier cosa,
excepto lo que hago ahora.
Dentro de mí se mueve aún un altiplano
exigiéndome el reencuentro.
Sismo de estrellas,
déjenme regresar al hogar.
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