Qué plasta sueñas,
rojo compacto entre mis añiles tiernos.
Qué relojes desarmas con tus labios
o qué sueños desgarras con tus fauces de luz.
La Babilonia que construiste a lo largo del valle
ahora es un pantano de plúmbagos,
jardín botánico para una zombie
que no deja de llover tu nombre
porque no es septiembre y yo tengo hambre de tu carne.
Ayúdame.
Incéndiame.
Háblame.
O no: mejor olvídame.
Solo así se fulminan las historias ovales
la universalidad de la elipsis del sol
y los esteros de mi patria privada y absorta en nosequés de medio tiempo.
Cúmpleme otra vez la maldición escrita en mi lunar en triduo:
aún siendo tú quien eres, no dejas de ser hombre.
Y tampoco has estado en mí.
domingo, 22 de agosto de 2010
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