lunes, 29 de marzo de 2010

Domingo de ramos

Domingo de ramos:
unas exuberantes perlas en flor
entre los cabellos de las palmas
inundan aquel bosque espinoso,
espeso.

La entrepierna de la diosa
-en el norte, nuestro dios es mujer
y es aguerrida-
se desvirga con el cielo azul
que le llueve un viento silencioso
prueba de que el amor verdadero
es total, atemporal, inmenso
infinito
hasta cuando es callado
por demasiadísimo tiempo.

Luego, las biznagas
-creo yo-
danzarían con las víboras del otrora mar
que es mi tierra
esperando el arribo
de algún coyote sin fusil
el hocico tierno, platicando liebres.

Jesucristo habría muerto de la envidia
antes que crucificado:
tanto séquito cantante, tanta blancura,
sólo es posible mirar
desde los confines de mi páramo.

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