Me viste sola y me enviaste ciento treinta minutos
de magia envuelta en pétalos de loto
frotando mis hombros de metal.
Tu voluntad al final
ha sido magnánima con mi melancolía.
Y yo que te creía sordo, Dios.
Ahora más bien te creo algo caprichoso,
amante de hacerme aquello que tanto nos une.
La terquedad de hacer la voluntad última
y entregarse
sin mediación ni permisos de nadie.
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