Yo no quiero ser un haikú de medianoche
ni la medianoche misma, siquiera.
Poesía de largo aliento,
novela de trescientas páginas en tu buró,
tampoco.
Soy franca y no muy perifrástica:
me acomoda más el estatus de mujer viva,
rosa ígnea,
rudeza escrita para saber morir de pie.
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