el mundo llueve docenas de historias fritas.
Un allegro despojado de la esperanza corre
por un valle sin tiempo y plagado de flores como labios.
Se le salen los zapatos.
Luego, flota en el éter existente
entre la memoria y la desgana por la vida.
Se aleja el tiempo
se añeja el terciopelo rojo que me llamó
todas las tardes
las buenas intenciones
recostadas en la tauromaquia de aquel pecho.
Cantan laúdes a lo más vertiginoso
que aún pervive en mí:
Corre. Rápido.
Que la centrifugadora del universo dos te alcance
y le arroje nadas blancas
-como etéreas-
a los pies de tus cortinas de metal.
Una densa niebla de sol
envuelve mi alma:
No puedo
-le dije
en cinco idiomas
y a tres versos acompasados
con mi restringida respiración-.
No puedo.
La salvación la llevo tatuada
antes de todos los tiempos
en mi hoguera purpúrea
y en la preñada soledad
de cada vida que atestigua y se registra
en la línea tal de mi palma ambidiestra y disléxica.
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