martes, 1 de julio de 2014

Bendiciones del ethos y el eros, II

Las olas de tus plantas
acariciando el aire
que queda entre tus alas y el asfalto.

Te vi pasar entre ilotas
con tu dúctil mano hablándoles
de un sol detrás de su hoguera negra.

Te escuché impulsado
por la voz de un ángel
que llevaba en su rostro de aire
tu rostro esculpido de versos.

Te vivo como un instante que no duerme.
El ojo de dios anidado
en todas mis causas.

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