jueves, 12 de junio de 2014

Me reconozco hambrienta de ti
un fuego de luna queriendo explotarle a dios
y no me da vergüenza.

Frente a mí está la mujer
que a diario resuelve su voluntad
apenas si el tronco de un roble tumbas.

Dime por qué habría de ser de otra forma
si siendo un canto acortado por tu lluvia
las palabras crecen, se borran, florecen
se mueven, trafican, los cuerpos animan
al mismo fuego arrecian.

Me reconozco ávida de tu sexo mojándome
a mí, la incontenible mujer de agua,
la que se peina con tus yemas mientras la tomas
y luego enciende su cabello en la pira
de tu semen al alba.

Reconozco que hay mil veces mil palabras más
en mí que en ti
y que mi latido depende del tuyo
para saber oír al Gran Latido.

No llegan a mí desencanto ni enojo.
Alguno entre dos ha de mantener
la ecuanimidad aparente entre los días.

Simplemente me reconozco absuelta
por la inteligencia que antes me acusaba
de ser más fruta lumbar, más musa sacra
que resultado de materia gris
a eso de las veinte o nueve horas.

Ven, deseado mío,
esta noche me recuesto
y sé que tu cuerpo me falta.
Ven, amado mío,
que mi espalda cansada está
de sostenerse sin tin
en este viento de humedad sexuada
y la inmovilidad me pesa
como si jamás hubiera sabido
lo que era vivir erosionada y de pronto, la nada.

Ven, amor mío.
Ya sólo me quedan cuatro esquinas blancas
varias hojas, manos sabias
para adorarte de vientre y lumbre
siempre febril,
aunque a veces un poquito niña.

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