viernes, 13 de junio de 2014

Hay mil y mejores maneras, sí,
de penetrar a este amor.
La vida resuelta sin cuestiones,
la sombra marchita dejando paso
a la luz de un alma brillante de caricias dadas
recibidas, compartidas.

Un telefonema de mente a mente
con las inscripciones del creo en ti
sin hacer aspavientos
-este poema, por ejemplo.
Tan sólo el anillo invisible de la permanencia
un silencio que no exige
una palabra, una danza de ojos, de labios,
de cuerdas vocales
listas todas para engendrar amor.

Si yo fuera en verdad diosa
seguramente daría a tu alma a diario
todas las virtudes de quien conscientemente
se entregó para siempre en un sí
renovado cada tantos segundos
-presente, presente sabio, presente apasionado,
presente dialogado, presente endulcorado,
presente escrito, presente tácito...
Una sabia mujer que no aprende sin jugar
sin romperse la raíz de su corazón
cada vez que a tu corazón sin querer lastima.

No lo soy.
Soy una humana que lee y sueña
una ex convicta del ego
que aún regresa por aquello
que tanto padecimiento le daba
pero al que se acostumbró en treinta años.
Un alma vieja de pronto por ti encendida
aprendiendo a amar desde la andadera
renovando su traje de amor de siglos
cuando te perdió la pista y su corazón
en el silencio oscuro de la noche quedó dormido.

Soy la mujer que no podrá volver a amar
a otro hombre como te ama.
Soy pues, tu humana. Y te amo.

Soy la pasión de dientes limados
y las fauces dulces de una loba.
Soy la humana emperatriz de los errores
que te deja su corona a cambio
de esos besos tan fulgurantes, de tu piel morena
tibia, dulcísima, tan mía, esencial para mi carne.

Perdón por intentar a veces que nuestro amor se escriba
como si de un documental de peces se tratara.

Nunca me dejes
siempre dame el beneficio de tu ámbar.

No tengo otra cosa
no quiero táctica de guerra como tantas
ni pretendo mostrar estrategia para tus manos en diez días
o diez años.

Soy yo, en negativo y en crudo,
la lagañosa, la recién lavada,
la de ojeras y mente cansada,
la que no sabe cocinar y se acongoja.

Siempre. O quizá no tanto.
Ya no lo sé.
Ahora siento.

Y siento que te amo más allá de mí
de la hora en la que te escribo aquí
de mis treinta y tantos y de mi edad final.
Tuyo es mi tiempo en todos los tiempos.
Tuyas son las cartas con las que me juego
las vísceras y el espíritu.

Así llegues con flores o con un caracol sin mar
porque tu día te fue cansado.

Soy yo, una humana,
te amo siempre.

Me renuevo y me bautizo en tu credo
siempre.
Creo en ti más que en mí
-y este secreto no me digas que te lo dije
y la palabra nosotros es
la que a mi corazón impulsa.

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