viernes, 7 de marzo de 2014

Te doy gracias
por no poner la repetición del mundo
sobre nuestra mesa
ni en nuestros ojos.

Por no creer en el dogma de la salvación
escondida en la perfección de la rutina.

Por darme esos besos húmedos en las noches
plagados de sueño, como hoy
y otras veces interrumpidos
por la materialidad absurda de la vida
aunque la mayoría de ellos
me llegan antes de dormir el día
emergiendo, puro, de tu sueño líquido.

Por tu mano que toma la mía
cuando dan las doce del mediodía
y yo no almuerzo porque espero
que pronto llegues tú otra vez
con tu rostro de azúcar para lamerlo de a poco.

Por tu boca y la risa que libera
por el silencio que hermético a veces me regalas.

Por la virilidad de tu cuerpo doblegando
la terquedad solitaria del mío.
Por su danza y sus epítetos coloridos
cuando le haces el amor a mis 31 años
sin pensar en mis formas y sintiendo
el peso milenario de mi corazón que te aguardaba.

Gracias por combatir la ausencia
con la ternura de tu llama
y con tu fiereza mental derrumbando mis esquemas.

Gracias por permanecer caótico y mío
a todas horas
aunque no crucemos territorios
ni palabras.

Te oigo el latido
apenas un cuajo de viento
se asienta en mi cabeza

Sé que tengo el mundo porque me amas
el tuyo
tu espíritu y tu carne
tu corazón bendito.

Gracias, amor
por tu playa.

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