De pronto, todos tus trocitos de luna se volvieron a unir. Quedaron unidos como los vitrales de las iglesias: de muchos colores, de muchos tamaños.
Entendiste que todo había sido un mal sueño y que ahora otro estaba tu puerta tocando. A cucharadas te tomaste el polvo de estrellas diluido en el agua del mar lejano que nadie conoce, pero que tú sabes que existe. Abriste tus ojos-ventana dejando que una ráfaga de luz violácea inundara tus cabellos, tu boca y tus manos.
Las piedras volcánicas -otrora tu corazón- se volvieron zafiros ardientes. Zafiros rojos, únicos. Porque son tuyos. Y no hay nada en este mundo que lo pueda negar.
De pronto, una mañana descubriste que por fin volvía el verdadero Sol.
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