No necesito pronunciar
aquello que te acota.
Tu nombre, por ejemplo.
Esparcido estás en mi vientre;
navegando en mi sangre están las partículas de tu savia;
y tu voz se sienta en mi banco de luz que es mi cabeza.
El sabor de tu boca me llena aún
avasallante
invasor
las horas de mi ola en cresta
que desde ahora ahogan la amargura.
No necesito pronunciar
aquello que te acota.
Tu nombre, por ejemplo.
La alegría llegó a mi villa sin luz
el día que pernoctaste en ella.
La palabra historia ha comenzado
una vez más
y para absolución mía
a partir de tu beso.
Me muevo en la policromía animada:
algo en mí vuelve a nacer.
No necesito pronunciar
aquello que te acota.
Tu nombre, por ejemplo.
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1 comentario:
Bello poema, expandiendo al ser querido, fluye un tierno enamoramiento de estas letras, celebran esa intimidad profunda. Muy bello. Besos.
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