I
Quién en contra del viento,
hombre.
Quién contra las alas
de un canto que no sueña más.
Qué ha sido del azul
y de la tersura de aquella bóveda,
tu domicilio ignoto,
el mar que al final quedó en tu cabeza
ahora puesto a tus pies.
Quién como Dios.
Ése era tu nombre.
Qué de los avioncitos de papel
que nunca vi
porque nunca fuiste niño mientras te conocí vivo.
Dónde los recuerdos de tus manos pequeñas.
Eras pelirrojo. Naciste con un pie torcido.
Erraste el camino
-igual que tu padre y el padre de éste
y la historia que se corta
y reposa
junto al cordón umbilical de todas las madres juntas
patriarcas todas
de tu pasado triste.
Me lo ha dicho mi madre,
lo supe de nacencia o lo quiero revivir en tu lugar.
La memoria de tu boca siempre fue como un sepulcro.
El que no tuviste:
ya puedes volar por los aires.
II
Tu padre y mi padre
que eres tú mismo
caminaban por la calle central
de la ciudad que menos quisiste
y donde no viniste a morir.
Una foto en blanco y negro
es lo que dejaste diez días
después de tu muerte.
No fue el elote con chile
ni los juguetes que juntos sumaron
las semanas de tu ausencia.
No.
Un fotorama sin color.
Así te encontré vagando
diez días después de tu muerte.
Yo supuse que quisiste reconstruir en sepia
los días más sacros
de tu existencia.
Blanco y negro te dieron nada más.
III
Caminaste en blanco y negro
para no hablar conmigo.
Solo, perdido entre autos viejos
y calles desiertas,
te vi caminando con la congoja
de la soledad.
[Tu demonio más aguerrido,
ése que con mezcal
aplacaste para que no te viera sufrir la ansiedad
una noche tierna de abril en tu ciudad
que siempre fue tu casa].
Decidí caminar contigo
para que no sintieras que ya estabas muerto.
Dime, ¿adónde traías el rostro de mi madre,
muerto errante?
¿Adónde las canciones que sé le cantaste
y se fueron por ti,
junto con su aliento?
IV
Blanco (1).
Blanco.
Así adjetivé tu tez en mi infancia.
Pero lo ajado de la muerte
se te vino encima
el día de tu funeral.
El gris oxford de mi graduación
era el mismo de tu último ajuar.
Y te veías tan distinto...
Blanco (2).
¡Mira la nube, papá!
Yo columpiada por ti
sentía que podría llegar muy lejos.
Mala suerte en mi virtud de fémina congruente:
legaste toda tu belleza
y la hermosura de mi madre
a la primera hija
que el amor ideal les dio.
Yo fui la cuarta.
Yo recogí los trozos
de una suprainteligencia
que los desgarraba de su mundo idílico
para siempre.
Blanco (3).
Brillabas.
No dijiste nada.
Como la estrella muerta de un poeta que no cree en dios.
El rostro me duele.
Báñame con tu luz de muerto,
anima mi soledad con la tuya.
Y no hablemos del amor,
que para eso no necesitas dejar de existir.
V
Negro (1).
Nunca conocí tu pelo escaso en espiral
cuando estaba más cercano al negro
que al blanco de tus días finales.
Astro abandonado siempre
a la voluptuosidad de Venus
hacías de otros ojos
más pequeños
-como los míos;
más curiosos
-como los míos,
eternos asteroides buscando luz propia.
Le dí la vuelta alrededor de tu sentido del humor.
Me quemé con tu sarcasmo.
Mi brazo izquierdo quedó marcado para siempre.
Negro (2).
Nadie te vio bajar en la profundidad de la tierra.
Tu madre te abandonó.
Abandónate, hijo, en el perdón,
clamó ella el día de tu muerte.
Tú elegiste el viento.
Zacatecas se nubla cada treinta de enero.
¿Adónde fue tu huella, hombre?
Yo guardo mi porción del armazón de tus lentes
en los míos.
Y en las cubas libres y los golpes al cigarro,
en las colillas
y en ese desenfado a todo lo que indique
un compromiso casi nupcial.
¿Adónde fue tu huella, hombre?
Acaso se adentró
en la espesura de la cortina negra
incrustada en la frente de mi madre
y por eso te sueña, intranquila,
en la profundidad de la noche.
Nadie te vio bajar a la tierra.
No era de suponerse que bajaras:
toda tu vida fue un constante girar y girar.
Te veo a ti al tocar tus acetatos.
Negro (3).
Ignoro si los libros de literatura rusa
fueron adquiridos
en tu juventud ambivalente
para mi nombre futuro.
Intocable e inasible
es el patrimonio legado para mis días maduros.
Igual que el apellido de tu padre
que también es el mío,
o como ese cansancio exquisito
a la vuelta de tu esquina recurrida.
Entre tú y yo no hubo puente,
tanto amor y no pudimos construir
un camino.
Una nota musical
es lo que más nos acerca.
La tecla negra del piano distante
ahogado en las entrañas de un mar con útero seco.
Negro (4)
No quiero pensarte
en el exilio de la noche.
Me aferro a que partiste
con la luz de las tres de la tarde
-dramático hombre,
siempre emulando a otras deidades humanas-.
Ahí, en la luz de aquella estrella diosa y muerta
seguramente estarás brindando.
Bohemio contable.
Te sigues robando la luz de Alguien
para dársela a los tristes.
Tus enemigos nunca perdonarán
el heroico acto
de la repartición de la luz terrestre
(mientras pudiste hacerlo).
VI
Cuéntame, muchacho,
qué esperarías de la vida.
Puedo construirte
un universo paralelo
donde juegues con mamá
y dejes de llamarla en silencio
simplemente Sarah.
Puedo vender mis pertenencias
-aire, inteligencia, la autocrítica que te exaspera-
para darte una casita
donde corras hasta liberar el rencor
que agarraste de tu primera matria,
Tan frágil eras,
tan frágil me llamabas,
tan frágil te veías asiéndome la mano al pasear.
Fragilidad empacada en todas las cajas
que desde niña fui recolectando mientras seguí tu sombra.
Hemos sido tantos nombres,
que yo quiero jugar otro intento
y así regalarte otra vida
por la mitad que a mí me toca.
Dime, niño mío,
qué esperarías de la vida.
Yo por ti
y por la morena que desnudó tu frente
soy capaz de borrar calles enteras
trazar ciudades
o tragarme al mundo
que te rompió la virtud.
VII
Rompe tu cajita de viento, niño.
Mira cómo emerge la escalera del viejo Dante.
Corre en la escalera de tus ojos delante.
Corre en la escalera de tus ojos.
Corre en la escalera.
Corre, niño.
Dulces como alforjas llueven.
Recógelas.
Cómelas.
Guárdalas.
Herédamelas todas.
VIII
-No tengo luz.
-Yo abriré los ojos por ti, padre.
Sesgaré la sinuosidad
para que el miedo no te tumbe,
blanco.
-No tengo nombre.
-Yo inventaré uno para ti, niño.
Lo colocaré en la punta del cielo más visible
donde no lo puedas volver a perder.
-No tengo forma.
-La emitiremos juntos
con cada canción
que elijas que yo te cante.
-No tengo voz...
-Entonces, yo cantaré en tu lugar.
IX
-No tengo oración.
-Yo tampoco la tengo, padre.
Por eso te he escrito todo esto.
Para que descanses en paz
y te lleves las nueve flechas de tu ausencia
en el bolso que transforma
la amargura en luz.
-No tengo dios.
-Dios es tantas cosas
pero eso es para cuestionarse en la tierra.
Déjame que yo me preocupe por tí.
Y camina por la vereda de flores ocultas en la noche.
Camina por el lado del sol que nunca duerme.
Camina en la bondad de la fuente de la luz suprema
y no le cuestiones por qué te hizo
ni le digas que yo existo.
Camina en ti y renace
en otra estrella cualquiera.
Cuando te canses de caminar
habrás llegado al punto de la nada.
Ahí descansa y juega.
Ahí sonríe y ya no temas.
Sábete que tienes una cita conmigo.
Llegaré en domingo
dentro de unos cuantos millones de años luz.
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