La belleza que no heredé
nacida en esta Tierra
dios me concedió poder ver
en las maravillas que hay en ella:
Me gusta el sonido de ciertos momentos
del viento
(epístolas de dioses alternos
que suben y bajan
las escaleras del mundo).
Me gustan los dulces,
en la lengua y en los oídos,
en los ojos cuando veo tus ojos.
Me gustan los espejos ovalados,
los días perfectos ahí proyectados,
la canción acitronada
que jamás desfallece,
a pesar del llanto allá afuera.
Me gusta el baile y la risa,
los tiempos remotos
en donde una sóla célula bailaba
y no sabía qué hacía,
donde sólo una llama reía
y no le daba nombre a la felicidad.
Me gusta la tierra entre los dedos,
el fracaso de la noche con el día,
la cursilería de las mariposas.
Me gusta el olor del sereno
y mi imaginación bordando tu regazo
donde duermo al fin tranquila.
Me gusta la esperanza de tu saliva,
parada final de mi tren bala,
regalo expreso por acumulación
de vidas perdidas.
Me gusta irrumpir la fragilidad
de tus días.
Aunque parezca que no me escuches
y dibujes signos de silencio
en el otro lado de mi playa.
Me gusta apelar a tu memoria
que se abre con la luz roja
de tu callado corazón.
Me gusta creer en los dragones del tiempo,
mágica estampa de lo cierto.
Soy mujer del desierto
y me encanta amarte con este simple amor.